EN
The last few years have been quite complicated, and I believe I’m not speaking only for myself. The economic, political, and even, at times, health situations have affected our daily lives significantly. The pandemic was a difficult situation not only for all the reasons mentioned but also because, as young people and social beings, it forced us to distance ourselves from all social activities.
In Colombia, the pandemic wasn’t the only problem; there were also murders by the ruling government, police abuses, protests, etc. When life began to return to normal, I realized that leisure spaces like recitals, gigs, and concerts were, in a way, a way for some people to seek a place to express all this anger at how the context affected us, especially young people.
I’ve always felt an attraction to fast and loud sounds, perhaps because they resonated with my view of the world. I realized that I had become someone resentful, with anger reflected in my gaze. I feel discomfort and anger towards my surroundings, towards the way young people are treated, and how complicated it can be to live in a country with constant economic and political crises, where instability and abuse of power are typical. But I also realized that I feel anger towards myself, like a shadow that always accompanies me in my daily life, watching me and telling me how I should act.
Searching for an escape, I found that nights filled with noise brought me calm. Not only because I realized I was connected to a common discomfort expressed from a political stance that attracted me, but also because in one of these spaces, I heard a phrase that lingered in my mind: “All the people here, at some point in our lives, felt anger for someone or something. This made us seek a way to express this feeling.” This phrase helped me understand my attraction to punk and violent, aggressive sounds. But beyond the music or the sounds, I understood why I felt at peace on hot nights in some part of the city center, where people seek to externalize this feeling of anger in leisure spaces, where many just want to let go. Personally, I was just looking to lose myself along with this anger to transform it into images.
For a long time, I wondered if it was worth capturing images in these spaces. What am I contributing with these images? After a few years, I managed to answer these constant questions that were on my mind.
I started by questioning why I use the materiality and medium I choose as a substrate to reproduce images. I’m so tired of the fetishism around devices for making images, of the technicalities and of “perfect” images that technically don’t say anything to me. I find pleasure in using accessible means, knowing that I can create with anything, forgetting about modern standards in how to make images. I can use a 10 MP DSLR, a 35 mm camera, or even a digital camcorder that takes photos. I can also take advantage of the materiality of reproduction media that many consider to be of poor quality, on easily reproduced paper, but which give the images a distinct aura. What matters most to me is being able to capture what happens in front of me quickly: dynamic images, with subjects in which I see myself reflected, due to the way they experience nights filled with fast sounds, flickering lights, in a dense and humid environment of heat and sweat.
That’s why I understood the importance of these images, not as a documentary value, because I don’t consider them to seek to document anything, but the truth is that seeing an enraged crowd with the Palacio de Justicia Alfonso Reyes Echandía in the background excites me because it helps me dream of better times. These images are nothing more than a product of my gaze, a translation of quick and cathartic moments where someone else, just like me, can see themselves reflected in their anger, whether for personal reasons or due to discomfort caused by political situations. Despite attempts to sell individuality as a great victory of the neoliberal system, I find social spaces even more valuable. That’s why these images emerge in parties, concerts, gigs, or whatever you want to call them. My great love lies in my anger and in noise, and these images are nothing more than my way of expressing this love for these toxic feelings.
ES
Los últimos años han sido bastante complicados y creo que no solo hablo por mí. La situación económica, política e incluso, en su momento, sanitaria nos ha afectado bastante en la vida cotidiana. La pandemia fue una situación difícil no solo por todo lo mencionado, sino porque, como jóvenes y como seres humanos sociales, nos hizo alejarnos de toda actividad social.
En Colombia, la pandemia no fue el único problema; también hubo asesinatos por parte del gobierno de turno, abusos policiales, protestas, etc. Cuando la vida empezó a retomar la normalidad, me di cuenta de que espacios de ocio como recitales, toques y conciertos eran, de cierta manera, una muestra de cómo algunas personas buscaban un lugar para expresar toda esta rabia por la forma en que el contexto nos afectó, en especial a los jóvenes.
Siempre sentí atracción hacia los sonidos rápidos y fuertes, tal vez porque resonaban con mi forma de ver el mundo. Me di cuenta de que me había convertido en alguien resentido, con una rabia que se reflejaba en mi mirada. Siento incomodidad y enojo hacia mi entorno, hacia la forma en que nos tratan a los jóvenes, lo complicado que puede ser vivir en un país con constantes crisis económicas y políticas, donde la inestabilidad y el abuso de poder son lo típico. Pero también me di cuenta de que siento rabia hacia mí mismo, como una sombra que siempre me acompaña en mi vida diaria, vigilándome y diciéndome cómo debo actuar.
Buscando una forma de escape, encontré que las noches llenas de ruido me brindaban calma. No solo porque me di cuenta de que estaba conectado con un malestar común expresado desde una postura política que me atraía, sino también porque en uno de estos espacios escuché una frase que se quedó rondando en mi cabeza: “Todas las personas que estamos aquí, en algún punto de nuestras vidas, sentimos rabia por alguien o algo. Esto hizo que buscáramos una forma de expresar este sentimiento”. Esta frase me ayudó a comprender mi atracción hacia el punk y los sonidos violentos y agresivos. Pero más allá de la música o los sonidos, entendí por qué sentía paz en noches calurosas en algún lugar del centro de la ciudad, donde la gente busca exteriorizar este sentimiento de rabia en espacios de ocio, donde muchos solo buscan liberarse. Personalmente, solo buscaba perderme junto a esta rabia para poder convertirla en imágenes.
Durante mucho tiempo me he preguntado si vale la pena capturar imágenes en estos espacios. ¿Qué estoy aportando con estas imágenes? Después de unos años, logré responder a estas preguntas constantes que estaban en mi cabeza.
Comencé por preguntarme por qué usar la materialidad y el medio que elijo como sustrato para reproducir las imágenes. Estoy tan cansado del fetichismo alrededor de los dispositivos para hacer imágenes, de los tecnicismos y de las imágenes “perfectas” técnicamente, pero que no me dicen nada. Encuentro placer en usar medios accesibles, sabiendo que puedo crear con cualquier cosa, olvidándome de los estándares modernos en la forma de hacer imágenes. Puedo usar una DSLR de 10 MP, una cámara de 35 mm o incluso un camcorder digital que tome fotografías. También puedo aprovechar la materialidad de los medios de reproducción que muchos consideran de calidad pobre, en papeles de fácil reproducción, pero que dotan a las imágenes de un aura distinta. Lo único que me importa es poder capturar lo que sucede frente a mí de manera rápida: imágenes dinámicas, con sujetos en los que me veo reflejado, por su forma de vivir las noches con ruidos rápidos, luces intermitentes, en un ambiente denso y húmedo de calor y sudor.
Por eso entendí la importancia de estas imágenes, no como un valor documental, porque no considero que busquen documentar algo, pero la verdad es que ver una multitud enfurecida con el Palacio de Justicia Alfonso Reyes Echandía de fondo me emociona porque me ayuda a soñar en tiempos mejores. Estas imágenes no son más que producto de mi mirada, una traducción de momentos rápidos y catárticos donde alguien más, al igual que yo, puede verse reflejado en su rabia, ya sea por razones personales o por malestares causados por situaciones políticas. A pesar de que intenten vender la individualidad como una gran victoria del sistema neoliberal, encuentro los espacios sociales aún más valiosos. Es por eso que estas imágenes surgen en fiestas, conciertos, toques o como quieran llamarlos. Mi gran amor está en mi rabia y en el ruido, y estas imágenes no son más que mi forma de ver este amor hacia estos sentimientos nocivos.